En la esquina de mi calle o en algún lugar inconcreto hay un restaurante en cuya cocina trabajaba un equipo. Cuando el restaurante funcionaba bien, si alguna vez se devolvía un plato a cocina, sus clientes se lo perdonaban en el contexto de un variado menú, original y apetitoso. El Chef en ocasiones no sabía como poner en valor algunas carnes duras y antes de desecharlas, las aderezaba con especias y condimentos, y atribuyéndole un pedigree, se las hacía tragar a la concurrencia engalanándola en la carta con un alegato garabateado en francés.
Ahora tienen un nuevo Chef, al que tampoco parece gustarle que cocineros y pinches, discrepen en sus gustos y en la concepción de una carta a la altura de sus clientes, estas cosas importantes solo las discute con el Mêtre y el Sommelier. A mi que también soy persona de cocina, me gusta mi cocina y no quiero ser otra cosa. Reconozco mi incapacidad para sentarme a pelotear al Chef, al Mêtre y al Sommelier. En cierto modo admiro la capacidad que tienen algunos compañeros de cocina para pasarse tardes y días enteros sentados en la mesa camilla con ellos, haciendo su rendez-vous, ideando estrategias para bajarle los humos a los que despuntan en la elaboración de algún plato concreto, o simplemente, alabando las cualidades del Chef, su talento, su figura y su acierto para rodearse de las personas idóneas.
Hace tan solo unos meses, sus clientes de toda la vida les han arrojado la carta a la cara, por unas recetas desapegadas a los paladares de su gente. Bien, pues ahora van y repiten. Haciendo bueno el dicho de "si no quieres caldo, toma dos tazas", el restaurante de mi esquina ha sacado del chinero un casposo menú que ya les ha sido devuelto en varias ocasiones. Cuando el Chef era solo cocinero, también era aficionado a los toros, y gustaba de invitar a devolver a los corrales aquellos astados que por su penosa presencia provocaban los silbidos de la entendida afición.
Son tiempos de crisis e incertidumbres, parece que el mundo entero va a cambiar y que cuando esto ocurra el restaurante ya habrá cerrado. Posiblemente cambie de dueño, pero parece confirmado que los cocineros de la mesa camilla redonda no van seguir allí. De momento, permanecen impasibles y parecen satisfechos con haber vivido del restaurante, es mas, todavía se confabulan para ver si con un poco de suerte llegan a la jubilación sin pasar por el SEXPE. " Para lo que me que me queda en el convento.., me lo hago dentro".
Yo pienso que los torreznos no pueden estar en los entrantes, en las carnes y también en los postres, porque la clientela pensará que desconocen la variedad de ingredientes que les ofrece nuestra huerta y dehesa, o que simplemente aquí solo se promueve al cerdo.
Aunque pasemos algunos años jodidos estoy seguro de que el restaurante de mi esquina algún día volverá a abrir sus puertas con el esplendor de otros tiempos, de que la luz y el aire limpio sanearán sus fogones y chimeneas, y que los amantes de la buena cocina encontrarán una carta que satisfaga sus paladares. Espero conservar para entonces mi credencial de cocinero, y las dotes para el canto.
Pobre del cantor de nuestros días
que no arriesgue su cuerda
por no arriesgar su vida.
Pobre del cantor que nunca sepa
que fuimos la semilla
y hoy somos esta vida.
Pobre del cantor que un día la historia
lo borre sin la gloria
de haber tocado espinas.
Pobre del cantor que fue marcado
para sufrir un poco
y hoy está derrotado.
Pobre del cantor que sus informes
le borren hasta el nombre
con copias asesinas.
Pobre del cantor que no se alce
y siga hacia adelante
con más canto y más vida.
Pobre del cantor que no halle el modo
de tener bien seguro
su proceder con todos.
Pobre del cantor que no se imponga
con su canción de gloria,
con embarres y lodo.
SILVIO RODRIGUEZ